Admiraba tu piel blanca y casi daba miedo traspasarla de tan delicada. Era devoción lo que sentía. Tus pupilas cristalinas me miraban en cambio suplicantes de contacto, hambrientas de caricias. Yo: tan tosco, tan áspero... Tú: desnuda y con sombrilla. Lo que el viento trae, se vuelve a llevar.
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