Corría cuesta arriba con tal presteza que no fueron capaces de detenerla o siquiera amedrentarla a base de improperios. Rezagado el otro veía cómo se le escapaban los sueños enredados en sus cabellos.
-No llores, Hilario. No era para tí.
-Lo sé, madre, pero de ilusión también se muere.
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